“Para los hombres y mujeres de conocimiento…, el tiempo era algo así como un pensamiento; un pensamiento pensado por algo de tal magnitud que rebasaba toda comprensión… Poseían otra unidad cognitiva, llamada la rueda del tiempo. Su manera de explicar la rueda del tiempo era decir que el tiempo era como un túnel de longitud y anchura infinitas, un túnel con surcos reflectantes. Cada uno de los surcos era infinito, y había un número infinito de ellos. Los seres vivos eran compelidos, por la fuerza de la vida, a fijar sus miradas en uno de los surcos. Mirar sólo uno de los surcos implicaba ser atrapados por él, vivir ese surco.

La meta final de un guerrero es la de enfocar, mediante un acto de profunda disciplina, su atención inquebrantable en la rueda del tiempo con el fin de hacerla girar. Los guerreros que han logrado hacer girar la rueda del tiempo son capaces de mirar en el interior de cualquier otro surco y extraer de él lo que deseen.” – Carlos Castaneda, La Rueda del Tiempo.

Las conclusiones acerca del tiempo a las que arribaron los videntes, tras siglos de perfeccionar su conocimiento, se vinculan con los hallazgos de la física moderna en muchos puntos específicos. Uno de ellos tiene que ver con la segunda ley de la termodinámica, y la indisoluble relación entre la entropía y el tiempo; en concreto, con la Flecha del Tiempo –que transcurre invariablemente de un pasado a un futuro, atravesando el momento presente–.

En el medio cognitivo de los videntes, nuestra percepción de la Flecha del Tiempo responde a la fijación de nuestra atención en uno de los surcos de la Rueda del Tiempo; justamente aquél en el que la flecha se comporta como atestiguamos de ordinario. A diferencia del hombre moderno, para quien la fijeza de su atención en ese surco es algo final, los videntes observan que esa conclusión es arbitraria. Su ventaja es que pueden hacer saltar su atención a otro de los innumerables surcos de la Rueda del Tiempo, obteniendo como resultado una percepción completamente distinta del mismo.

Dado que la naturaleza última del tiempo no está definida por el anclaje de nuestra atención en ninguno de sus surcos, los videntes afirman que esa naturaleza es algo llamado intensidad. Es a través de explorar diferentes intensidades como podemos usar al tiempo en formas que resultan inimaginables para los seres humanos que no han desplegado sus recursos latentes. Desde esta nueva perspectiva, el tiempo es algo maleable, algo sustancial con lo que podemos interactuar. Es algo a lo que podemos dar forma, hacer girar; y un vehículo que podemos dirigir a implementar cualquier cambio que deseemos en nuestras vidas para incrementar nuestra conciencia de ser.

La propuesta práctica de las mujeres y hombres de conocimiento es, entonces, que redefinamos nuestra relación con el tiempo y la sustentemos en sus intensidades. Después de todo, el tiempo –sin importar cómo lo concibamos y lo usemos– es el bien más preciado que cualquier ser vivo puede tener. En nuestra búsqueda de la totalidad de nosotros mismos, no podemos desperdiciar un sólo instante.

Un corolario de esta forma de relacionarnos con el tiempo es la posibilidad de “saltar surcos” en la Rueda del Tiempo. Se trata de una maniobra perceptual auténtica, no de una mera fantasía ni un ejercicio mental. El ajuste y la calibración precisas de las intensidades de nuestros actos en la vida cotidiana son lo que abre la puerta a esa emocionante posibilidad. Dentro del rango de efectos posibles, y de acuerdo a nuestro nivel de conciencia, los resultados pueden ir desde el incremento del bienestar, la salud, la claridad y el propósito en nuestros actos del día a día, hasta la renovación integral del cuerpo.

A fin de sumergirse en la práctica de saltar surcos, los guerreros comienzan con implementar un nuevo hábito. En lugar de medir su tiempo en días, semanas, meses, o años, lo miden en horas. Una forma adecuada de describirlo es hablar de “horas energéticas”, donde el tiempo recobra su plasticidad y flexibilidad esenciales. Así, una hora energética puede tener una duración cronométrica de 40 minutos, o de una hora y media. La clave no está en la precisión cronométrica, sino en el uso deliberado de las intensidades que aplicamos en cada acto –por pequeño que parezca– dentro de ese lapso. La intensidad que buscan los videntes en cada uno de sus actos, exclusivamente, es llamada impecabilidad. Se manifiesta en un propósito indoblegable de hacer cada cosa lo mejor posible, sin importar qué sea, y sin esperar nada a cambio.

Si esa práctica se sostiene con determinación, nuestra relación con el tiempo deja de ser una en la que lo consideramos simplemente como una abstracción vaga e inasible. Se transforma en una colaboración con las fuerzas que impulsan cada aspecto de nuestra presencia en el mundo. El manejo consciente y experto de las intensidades hacen que una guerrera o un guerrero sean capaces de girar la Rueda del Tiempo, saltando surcos cada vez que lo requieran. En una hora, los videntes pueden vivir el equivalente de toda una vida. En términos de la física, esto nos invita a considerar algo que parece imposible: alterar o revertir la misma flecha del tiempo, desafiando por un momento la fijeza de la segunda ley de la termodinámica y estabilizando –o incluso revirtiendo– estados de alta entropía.